cuento climatico
Vaciado de presas: llueve "a saco", pero no olvides que este verano volveremos a tener sequía.
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Lluís Pomar geólogo y catedrático emérito de Estratigrafía de la Universidad de las Islas Baleares, con una medalla Medalla Sorby, la máxima distinción mundial en Sedimentología por sus contribuciones científicas en el campo: "No hay relación entre el CO2 y el clima."
La estafa de las energías renovables
Clima: la película
Climate: The Movie, es el segundo documental sobre el clima realizado por el cineasta británico Martin Durkin. Es la secuela de su excelente documental de 2007 La gran estafa del calentamiento global. Climate: The Movie, se estrenó en marzo de 2024 y está disponible gratuitamente en línea. El documental fue producido (y financiado) por Tom Nelson, un podcaster que ha estado examinando profundamente el debate climático durante las últimas dos décadas. Nelson y Durkin han pedido a la Fundación Clintel que ayude con la promoción y distribución de la película.
Esta película expone la alarma climática como un susto inventado sin ninguna base científica. Muestra que los datos oficiales no respaldan la afirmación de que estamos presenciando un aumento de los fenómenos meteorológicos extremos: huracanes, sequías, olas de calor e incendios forestales. Contrarresta enfáticamente la afirmación de que las temperaturas y los niveles actuales de CO2 atmosférico son inusualmente altos y preocupantes.
Por el contrario, en comparación con los últimos quinientos millones de años de la historia de la Tierra, tanto las temperaturas actuales como los niveles de CO2 son inusualmente bajos. La Tierra se encuentra actualmente en una edad de hielo. También muestra que no hay evidencia de que los cambios en los niveles de CO2 (han cambiado muchas veces) hayan "impulsado" el cambio climático en el pasado.
Pero hay un consenso... ¿Por qué se nos dice que no hay pruebas que contradigan la alarma climática? ¿Por qué se nos dice que cualquiera que cuestione el "caos climático" es un "terraplanista" y un "negacionista de la ciencia"?.
La película explora la naturaleza del consenso detrás del cambio climático. Describe los orígenes del carro de la financiación climática y el auge de la industria climática de un billón de dólares. Describe los cientos de miles de puestos de trabajo que dependen de la crisis climática. Explica la enorme presión sobre los científicos y otros para que no cuestionen la alarma climática: la retirada de fondos, el rechazo de las revistas científicas, el ostracismo social.
Pero la alarma climática es mucho más que una carreta de financiación y empleo. La película explora la política del cambio climático. Desde el principio, el miedo climático fue político. El culpable fue el capitalismo industrial de libre mercado. La solución fue impuestos más altos y más regulación. Desde el principio, la alarma climática atrajo a, y ha sido adoptada y promovida por aquellos grupos que están a favor de un gobierno más grande.
¿Quiénes aparecen en la película?
La película incluye entrevistas con varios científicos muy destacados, entre ellos el profesor Steven Koonin (autor de 'Unsettled', ex rector y vicepresidente de Caltech), el profesor Richard Lindzen (ex profesor de meteorología en Harvard y MIT), el profesor Will Happer (profesor de física en Princeton), el Dr. John Clauser (ganador del premio Nobel de Física en 2022), el profesor Nir Shaviv (Instituto de Física de Rakah), el profesor Ross McKitrick (Universidad de Guelph), Henrik Svensmark, Willie Soon y varios otros.
Capítulos
0:00 Introducción
2:27 El clima, la película: La cruda realidad
6:42 La ciencia
22:24 La ciencia, parte 2: CO2
31:54 La ciencia, parte 3: Naturaleza
37:04 La ciencia, parte 4: Clima extremo
42:25 El consenso
47:15 La moda climática
55:17 La política climática
1:03:27 El clima versus la libertad
1:07:35 El clima versus la gente
1:10:49 El clima versus los pobres
Disponibilidad de El clima: La película
#climatethemovie.net está disponible de forma gratuita en muchos lugares en línea desde el 21 de marzo de 2024. Los subtítulos para numerosos idiomas han sido creados por la Fundación Clintel. Siga @ClimateTheMovie y @ClintelOrg para estar al tanto de las novedades. Por favor, comparta la película para dar a otros la oportunidad de obtener información sobre las causas y los efectos del cambio climático y la política climática.
Gianfranco Amato: El cambio climático es una mentira. El objetivo es imponer un estado de excepción
El espeluznante y costoso plan de Bill Gates para destruir la atmósfera y almacenar CO2 bajo tierra avanza en Canadá
Fuente: https://www.naturalnews.com/2024-12-22-gates-plan-store-co2-underground-proceeds-canada.html
Traducción, corrección de la traducción y subrayado del texto relevante: Skiper
Bill Gates financia la startup canadiense Deep Sky para eliminar CO2 de la atmósfera.
El proyecto tiene como objetivo almacenar carbono bajo tierra y vender créditos de carbono.
Los críticos cuestionan los motivos de Gates, viéndolo como un paso hacia el control del planeta.
La tecnología de captura directa de aire es costosa, consume mucha energía y no está probada a gran escala.
La participación de Gates plantea preocupaciones sobre el control de la población y la manipulación global.
Bill Gates tiene un plan para absorber el CO2 de la atmósfera y destruir el planeta.
Bill Gates siempre ha sido un hombre con un plan, o más bien, un hombre con muchos planes. Pero su última aventura, el proyecto Deep Sky, lleva sus ambiciones a un nuevo nivel de distopía espeluznante. No se trata solo de salvar el planeta, sino de controlarlo. Gates, el magnate multimillonario de la tecnología convertido en autoproclamado salvador del clima, ahora está financiando una startup canadiense para absorber dióxido de carbono directamente de la atmósfera. Suena noble, ¿verdad? No. Este es el primer paso de lo que parece ser un plan desquiciado para manipular la atmósfera de la Tierra y, por extensión, controlar la población.
Deep Sky, una empresa con sede en Montreal, ha obtenido una subvención de 40 millones de dólares de Breakthrough Energy Catalyst de Gates para construir una instalación en Alberta en la primavera de 2025. La empresa planea almacenar el CO2 capturado a dos kilómetros bajo tierra en un acuífero salino profundo, un proceso conocido como captura directa de aire (DAC). La DAC implica el uso de enormes ventiladores o aspiradoras para aspirar aire, que luego se filtra para aislar el CO2.
Las demandas energéticas de estos sistemas son astronómicas y la industria ya está lidiando con un "problema de energía renovable". No se trata solo de reducir las emisiones; se trata de crear un sistema en el que el carbono se mercantilice, controle y monetice. ¿Quién se beneficia más de esto? El planeta no y ciertamente la gente no, pero si Gates y sus compinches.
La élite mundial busca el control total sobre la atmósfera de la Tierra
Pero el aspecto más inquietante de este proyecto es la narrativa más amplia que alimenta. Gates ha sido criticado durante mucho tiempo por su extralimitación en materia de salud global, educación y ahora ingeniería climática. Su participación en iniciativas como ésta plantea serias preguntas sobre sus objetivos finales. ¿Está tratando de salvar el planeta, o está tratando de controlarlo, o tal vez destruirlo por completo?. Al manipular la atmósfera, Gates podría estar terraformando efectivamente la Tierra, creando condiciones que se adapten a su visión del futuro o a la de otros grupos: un futuro en el que una élite global tenga las llaves de la supervivencia del planeta.
Gates ha expresado abiertamente la necesidad de reducir el crecimiento de la población mundial, a menudo en términos de cambio climático. Pero cuando se combina eso con su impulso a la ingeniería atmosférica, comienza a parecer algo mucho más siniestro. ¿Se trata de salvar el planeta o de crear un mundo en el que unos pocos elegidos, como Gates, tomen las decisiones?.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas ha pedido que se eliminen miles de millones de toneladas de CO2 para 2050 a fin de estabilizar el clima. Pero ¿quién decide cómo se hace?. Gates, al parecer. Su Breakthrough Energy Catalyst está financiando proyectos de tecnología climática de vanguardia, que en la práctica están dando forma al futuro del planeta. Esto no es democracia; es una oligarquía de científicos locos e ingenieros climáticos, y tendrá inevitablemente consecuencias catastróficas para todos.
El proyecto Deep Sky es sólo el comienzo. Durante la próxima década, la empresa planea invertir más de 100 millones de dólares en iniciativas de captura de carbono. La huella de Gates está por todas partes y es difícil no verlo como parte de un plan más amplio para dominar la agenda climática global. El proyecto Deep Sky de Bill Gates no es una solución climática, es un juego de poder, una receta para la aniquilación planetaria completa.
Gota fría y cambio climático
Fuente: https://www.fpcs.es/gota-fria-y-cambio-climatico/
Autor: Fernando del Pino Calvo-Sotelo
La estrategia de los promotores del fraude climático es siempre la misma: aprovechar sistemáticamente el impacto mediático de fenómenos meteorológicos extremos para ligarlos al calentamiento global. Desde su perverso punto de vista, cuanto mayor sea la tragedia que causan, más útiles resultan. En este sentido, que Sánchez haya afirmado en la enésima cumbre del clima que la catástrofe de Valencia es culpa del cambio climático no debe sorprender, pues de paso así se exculpa.
El cambio climático como chivo expiatorio
El primero en comprender el potencial propagandístico de los fenómenos meteorológicos extremos fue Al Gore tras el huracán Katrina, que devastó el sudeste de EEUU en 2005. Sacándose de la chistera una inventada relación entre el calentamiento global y un inexistente aumento en el número de huracanes, Gore no perdió el tiempo: en tan sólo nueve meses estrenaba su documental Una Verdad Incómoda, que instrumentalizaba sin pudor los 1.800 muertos y los ingentes daños materiales causados por Katrina.
Más tarde, el propio IPCC (AR5) aclararía que las afirmaciones de Gore eran engañosas: «Los datos muestran que no hay una tendencia significativa de la frecuencia de huracanes en el último siglo (…), y estudios más recientes indican que es improbable que el número de huracanes haya aumentado en los últimos 100 años en la cuenca noratlántica»[1]. Uno de los científicos contratados por el IPCC lo corroboró en un artículo publicado en el Wall Street Journal: «Mis investigaciones, citadas en un reciente informe del IPCC, concluyen que los huracanes no han aumentado en frecuencia o energía acumulada. Al contrario, mantienen una variabilidad natural año tras año. La prevalencia global de grandes huracanes (categoría 4 y 5) tampoco muestra un aumento significativo»[2].
Pues bien, con la misma desfachatez que Gore, algunos han aprovechado la tragedia de Valencia para hacer propaganda de la ideología climática. Esto incluye a políticos inescrupulosos, burócratas globalistas, periodistas indocumentados y sedicentes «expertos» que viven de ello. Para que se hagan una idea, uno de éstos, que se presenta como «experto en cambio climático» a pesar de ser un biólogo especializado en botánica —que no sabe nada de física atmosférica, oceanografía o clima—, ha visto en las imágenes de coches amontonados (dentro de los cuales muchas personas murieron) «una oportunidad histórica para prescindir de los coches»[3], como ha manifestado con total frialdad. Semejante fanatismo, veteado por la ideología comunista que profesan muchas de estas personas, es frecuente.
Los fenómenos meteorológicos extremos no han aumentado
¿Qué nos dice la famosa “ciencia”? En primer lugar, que «si nos atenemos al estado actual de conocimiento de la ciencia, ningún evento meteorológico concreto puede atribuirse al cambio climático inducido por el hombre», según afirmaba la Organización Meteorológica Mundial antes de politizarse[4]. Por lo tanto, atribuir al calentamiento global cada fenómeno meteorológico natural, de un signo y también del contrario (cuando llueve mucho y también cuando llueve poco), es engañar a la población.
Pero es que además las inundaciones a nivel global no han aumentado. Según el IPCC, «sigue sin haber evidencia (…) respecto al signo de la tendencia en la magnitud y frecuencia de las inundaciones a nivel global»[5]. En su último informe (AR6), el IPCC corrobora que «las afirmaciones generales que atribuyen cambios en la probabilidad o magnitud de las inundaciones al cambio climático antrópico merecen una baja confianza»[6]. Más concretamente, estima que existe una «baja confianza» incluso en el signo de la tendencia observada en «fuertes precipitaciones e inundaciones pluviales»[7] como la que ha sufrido Valencia, es decir, ni siquiera se sabe si están aumentando o disminuyendo. Lo mismo ocurre con las sequías.
Hay más. Según el IPCC, «existe una gran confianza en que durante los últimos 500 años se han producido inundaciones mayores que las producidas desde el s. XX en Europa central y el Mediterráneo occidental»[8], es decir, en una época en la que no había calentamiento global (ni periodistas, ni globalistas, imagínense).
Por último, la temperatura del mar Mediterráneo tampoco ha sido un factor determinante por anómala. En efecto, las temperaturas del mar Balear (que baña las costas de Valencia), aun elevadas, se encontraban a finales de octubre de 2024 dentro de la variabilidad histórica para esas fechas (percentil 95) y eran muy inferiores a la temperatura habitual del mar durante otras gotas frías acaecidas en fechas otoñales más tempranas[9]. Son lamentables, una vez más, las engañosas insinuaciones de la AEMET para dar a entender lo contrario.
Por cierto, el supuesto calentamiento superficial del mar Mediterráneo sólo afecta al Mediterráneo Occidental, pues el Mediterráneo Oriental se está enfriando ligeramente[10]. En cualquier caso, el calentamiento del mar Balear resulta inapreciable, pues se estima que la temperatura en superficie se está incrementando a un ritmo de 0,39ºC por década (repito, por década), una variación mínima de cara al ecosistema si la comparamos con las variaciones estacionales de más de 13ºC entre las temperaturas mínimas invernales y las máximas de verano.[11]
La gota fría de 2024 no fue un récord meteorológico
La ciencia ordena los fenómenos naturales extremos en función de sus magnitudes físicas: velocidad y sostenibilidad del viento en un huracán, volumen de precipitaciones y caudal en una inundación, magnitud en un terremoto, y viento y altura de las olas en un temporal en la mar, por ejemplo. Sin embargo, las personas de a pie tendemos a clasificar una catástrofe natural en función de la pérdida de vidas humanas y daños materiales que causa, no en función de sus variables meteorológicas. Esto puede llevar a confusión. Existen fenómenos naturales muy potentes que apenas causan víctimas y fenómenos menos potentes que provocan verdaderas catástrofes humanitarias.
Por ejemplo, el terremoto que asoló Haití en 2010 causó 300.000 muertos con una magnitud 7 en la escala Richter, mientras que el mayor terremoto jamás registrado por sismógrafos, con una magnitud 9,5 (es decir, 5.600 veces más potente que el anterior, dado que la escala es logarítmica), causó comparativamente “sólo” 1.700 muertos[12].
Del mismo modo, el mayor tsunami de la historia alcanzó una altura de 524 metros y arrancó de cuajo árboles que estaban en la ladera de un monte a esa altura sobre el nivel del mar,[13] pero se dio en una desierta bahía de Alaska en 1958, causando sólo 5 víctimas. Por el contrario, la altura máxima del tsunami del 2004 en el densamente poblado sudeste asiático fue de “sólo” 51 metros en el epicentro y generalmente no superó los 10m, pero acabó con la vida de 227.000 personas.
En este sentido, las torrenciales precipitaciones vividas en la provincia de Valencia en la gota fría del 2024 están lejos de ser un récord meteorológico, aunque hayan sido un triste récord como catástrofe humanitaria en nuestra historia reciente. En efecto, alguna estación alcanzó los 491mm en 24 h (1mm=1litro/m2) y otra supuestamente llegó a los 772mm (según la AEMET), cifra enorme, sin duda, pero inferior a la registrada en las gotas frías de 1982 y de 1987, durante las que España quizá vivió las 24 horas más lluviosas de su historia desde que existen registros pluviométricos. En efecto, el 20 de octubre de 1982 cayeron hasta 882mm en Muela de Cortes (Valencia)[14], aunque esas precipitaciones, que provocaron la rotura de la presa de Tous, causaron 40 muertos.
Asimismo, en la riada de La Safor del 3 de noviembre de 1987 se registraron 817mm en 24 h en la estación valenciana de Oliva y hasta 1.000mm en 36h en la estación de Gandía[15], aunque sólo murieron 7 personas. También podrían mencionarse las lluvias torrenciales del 19 de octubre de 1973 en Almería, durante las que se registraron 600mm en sólo 7 horas y hasta 420mm en sólo una hora, causando 150 muertos[16]. En 1973, por cierto, el planeta llevaba casi 30 años enfriándose a pesar del aumento de CO2, tendencia que se revertió hacia 1979.
La realidad es que casi todos los años el Levante español sufre una gota fría (expresión popular adaptada del original alemán «depresión fría de altura») que esporádicamente es catastrófica. Como nos recuerda el meteorólogo Inocencio Font en su magnífica obra Climatología de España y Portugal, «desde tiempos inmemoriales los habitantes de las comarcas del litoral mediterráneo de la Península se han visto sometidos ocasionalmente a los efectos desastrosos de grandes y repentinas avenidas y riadas y consecuentes inundaciones causadas por lluvias torrenciales de inusitada intensidad».[17] Aunque no existieran registros pluviométricos en aquel entonces, sabemos que el 27 de septiembre 1517 el Turia se desbordó y causó centenares de muertos y que el 15 de octubre de 1879 la riada de Santa Teresa (antaño las riadas se calificaban según el santoral) causó en Murcia más de 1.000 muertos.
Finalmente, es difícil establecer una tendencia clara en la pluviosidad de la región. En Valencia capital, por ejemplo, ésta es la evolución de las precipitaciones desde 1937, en la que sobresale la gran inundación de 1957:[18]
El factor humano
Pero si las lluvias de hace dos semanas no fueron un récord en cuanto a precipitaciones, ¿por qué hubo tantas víctimas? ¿Fue por una inevitable catástrofe natural de tintes épicos o influyeron errores humanos perfectamente evitables? Como veremos, más allá del triste azar, la dejadez, irresponsabilidad e incompetencia de nuestra clase política han jugado un papel importante.
El primer factor humano ha sido la descontrolada expansión urbana en barrancos y cauces secos naturales, que aumentó el nivel de riesgo de la población. El terreno urbanizado, además, impermeabiliza el terreno y facilita la riada. Sin duda, podrían haberse arbitrado normas urbanísticas especialmente restrictivas, prohibiendo construir en determinadas zonas o limitando la construcción de plantas bajas y subterráneos. También podría haberse sobredimensionado la red de saneamiento público para facilitar la evacuación de las aguas.
La expansión urbana agrava el error por omisión que supone la inexistencia de infraestructuras hidrológicas adecuadas (cauces y diques) para encauzar las aguas y prevenir inundaciones en zonas de alto riesgo. Peor aún: al menos desde 2007 existían proyectos hidrológicos ad hoc de la Confederación Hidrográfica del Júcar (que depende del Ministerio de Transición Ecológica) que no habían merecido la atención de las autoridades políticas[19], sea por razones ideológicas (ecologistas) o políticas. De hecho, algunos expertos califican lo ocurrido como «un desastre anunciado».[20]
Como aclaran ingenieros de Caminos, si los ríos estuvieran debidamente encauzados, la probabilidad de inundaciones tan dañinas se reduciría considerablemente[21]. Por ejemplo, gracias a la canalización del Turia realizada en tiempos de Franco tras la catastrófica inundación de 1957 (81 muertos), la ciudad de Valencia no ha vuelto a sufrir inundaciones significativas. Luego la desidia e incompetencia de nuestra clase política, que valora las inversiones y el gasto público en función de cuántos votos pueden comprar ―algo característico del Estado de Bienestar― en vez de en cuántas vidas pueden salvar, es un factor explicativo.
Finalmente, el fanatismo ecologista, proclive a impedir el mantenimiento de los cauces y a destruir azudes y presas (en vez de construir más), posiblemente haya contribuido a aumentar el caudal de la riada y a producir un aluvión de cañizo que ha incrementado el daño causado.
La incapacidad de la AEMET
En segundo lugar, la población no fue debidamente alertada. En este caso, la responsabilidad es doble: primero, la AEMET ―dependiente del ideológico Ministerio de Transición Ecológica― claramente no supo prevenir del orden de magnitud de las precipitaciones que iban a darse en las siguientes 24 horas en Valencia, pues su previsión estándar de nivel rojo («en estas zonas se podrán superar los 150-180mm en las próximas 12-24 horas») se quedó muy corta frente a la realidad de más de 700mm. Segundo, las incompetentes autoridades políticas (gobierno autonómico, delegación del gobierno y gobierno nacional) no comunicaron la alerta a tiempo, ni a la población ni a los alcaldes de las zonas afectadas, como ellos mismos han manifestado.
La incapacidad de la AEMET para prever con precisión el nivel de precipitaciones es patente a pesar de la campaña lanzada para proteger a una institución convertida en punta de lanza de la ideología climática. En efecto, la AEMET se limitó a emitir una sucesión de avisos estándar de nivel rojo definidos genéricamente como «riesgo meteorológico extremo (fenómenos meteorológicos no habituales, de intensidad excepcional y con un nivel de riesgo para la población muy alto)», en los que recomiendan «tomar medidas preventivas, mantenerse informado de la predicción meteorológica y no viajar salvo que sea estrictamente necesario». Como ven, no hay ninguna prohibición taxativa ni ninguna advertencia expresa de riesgo de muerte, algo lógico, pues en los últimos 12 meses la AEMET emitió 182 avisos de nivel rojo por distintas causas[22]. ¿Qué diferencia había entre el aviso de nivel rojo de Valencia y los anteriores 182?.
Por otro lado, resulta dudoso que la AEMET previera realmente el nivel de precipitaciones más allá de la rigidez del protocolo (¿Dónde están los mails internos que lo demuestren?), pues el nivel de conocimiento de la ciencia meteorológica ―un sistema multifactorial, complejo, caótico y no lineal― es aún bastante primitivo y tiene amplios márgenes de error, como admite el propio portavoz de la AEMET: «En meteorología trabajamos siempre con incertidumbres, porque la atmósfera es un sistema caótico y no se puede conocer, a ciencia cierta, la cantidad exacta de lluvia que puede caer en un lugar concreto y en un período de tiempo determinado».[23]
Eso es así. Pero si la incertidumbre impide conocer a ciencia cierta la lluvia que caerá mañana en una localidad de España, ¿acaso no supone una deshonestidad intelectual que dicha incertidumbre desaparezca mágicamente cuando la AEMET realiza afirmaciones dogmáticas sobre el clima del planeta para dentro de 100 años?
No se previno a la población
En tercer lugar, tras el aviso rojo estándar de la AEMET, las autoridades políticas no trasladaron a la población el nivel de alerta correspondiente hasta que ya había comenzado el diluvio, por lo que la gente no tuvo tiempo de prepararse. De hecho, hubo residentes que recibieron un primer mensaje de alerta en sus móviles el jueves 31 a mediodía, según me ha relatado alguno de ellos. La responsabilidad aquí recae en la incompetencia de las autoridades políticas, pero el tema es aún más grave, pues la población no sólo no fue avisada, sino que, tras el desastre, fue completamente abandonada por la dolosa inacción (presumiblemente constitutiva de delito) del gobierno de Sánchez[24].
La población no sabía qué hacer
En cuarto lugar, aunque se hubiera trasladado la alerta a tiempo no existe en España un protocolo de actuación que indique a la población claramente lo que hay que hacer y evitar. Dada la regularidad de las gotas frías otoñales en el Levante sorprende que no se haga una campaña de prevención y concienciación pedagógica en medios de comunicación, colegios y universidades.
Cierto es que Protección Civil hace ciertas recomendaciones en el caso de inundaciones: «Evite cruzar por zonas inundadas, tanto en coche como a pie, y abandone el vehículo por la ventanilla si es necesario si el nivel del agua sube o si llega al eje de la rueda o al nivel de la rodilla».[25] También recomienda salir de sótanos o garajes inmediatamente.
En este sentido, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias norteamericana (FEMA) advierte con mucho mayor detalle del peligro de intentar vadear o conducir en estas circunstancias, pues la letalidad de las inundaciones es función de dos variables y no sólo de una: de la profundidad del agua y de su velocidad: «Aguas poco profundas que se desplazan a gran velocidad pueden ser mortales independientemente de si se sabe nadar bien o no». Además, el nivel del agua puede aumentar considerablemente en cuestión de pocos minutos, y el agua turbia puede arrastrar objetos sólidos y cortantes, que pueden producir heridas graves.
Según la FEMA, «en inundaciones repentinas el 75% de las muertes se producen por ahogamiento (…) porque las personas infravaloran la fuerza de la corriente o la profundidad del agua durante evacuaciones tardías, intentos de salvamento o conductas inapropiadas. El 63% de las muertes ocurren en vehículos, el 14% en personas accidentalmente arrastradas por la corriente y el 9% en personas que intencionadamente se metieron en ella».[26]
Finalmente, la FEMA deja claro que los riesgos de ahogamiento en inundaciones aumentan «en países no desarrollados en los que la gente vive en zonas proclives a inundarse y en los que la capacidad de alertar, evacuar o proteger a las comunidades de las inundaciones es débil».[27]
Desgraciadamente, éste ha sido el caso de España, país al que su clase política está arrastrando poco a poco, pero con paso firme, al tercermundismo.
[1] IPCC Quinto Informe, WG 1, Cap. 2.6, p.216-217.
[2] Climate Change Hype Doesn’t Help – WSJ
[3] Pablo Haro Urquízar en X: «Un experto en cambio climático, sobre los miles de vehículos destruidos por la DANA: «Es una oportunidad histórica para prescindir de los coches, desarrollar el transporte público y cambiar el modelo de civilización» ¿Se puede ser más idiota? Luego se extrañan cuando gana Trump https://t.co/vOWp7oXqyU» / X
[4] Citado por S. Koonin, El Clima: no todo es culpa nuestra, La Esfera de los Libros, 2023
[5] IPCC Quinto Informe, WG 1, Cap. 2.6, p.214.
[6] IPCC Sexto Informe, WG 1, Cap. 11.5, p.1567-1569.
[7] IPCC Sexto Informe, WG 1, Tabla 12.12, p.1856.
[8] IPCC Quinto Informe, WG 1, Cap. 5.5, p.425.
[9] Rescumen climático anual en la Comunidad Valenciana y Temperatura de agua en Valencia (España) en octubre
[10] Frontiers | Capability of the Mediterranean Argo network to monitor sub-regional climate change indicators
[11] imb-temperatura-esp_2024.pdf
[12] The 20 largest recorded earthquakes in history | Live Science
[13] World’s Biggest Tsunami | 1720 feet tall – Lituya Bay, Alaska
[14] RADIOGRAFÍA DEL MÁXIMO DE LLUVIA EN 24 HORAS: 882 MM. EN CASA DEL BARÓN-MUELA DE CORTES EN OCTUBRE DE 1982Aemetblog
[15] Climatología de España y Portugal, de Inocencio Font, Ediciones Univ. de Salamanca, 2007.
[16] Se cumplen 50 años de las catastróficas inundaciones del 19 de octubre de 1973
[17] Climatología de España y Portugal, de Inocencio Font, Ediciones Univ. de Salamanca, 2007.
[18] Climate Explorer: Time series
[19] La CHJ tiene obras previstas contra las riadas en la zona inundada desde hace 15 años – Valencia Plaza
[20] Un catedrático de Ingeniería Hidráulica denuncia que las inundaciones en Valencia «era un desastre anunciado» | Onda Cero Radio
[21] Los ingenieros de caminos: «Las únicas medidas efectivas son las presas o los encauzamientos de ríos»
[22] ¿Hay demasiados avisos rojos? Antes de la DANA la Comunidad Valenciana no tuvo ninguno por lluvias en los últimos doce meses
[23] Rubén del Campo (AEMET): «Hay que revisar los protocolos para que los avisos rojos se conviertan lo antes posible en alertas a la población» – Climática, el medio especializado en clima y biodiversidad
[24] No es verdad – Fernando del Pino Calvo-Sotelo
[25] Inundaciones – DGPCyE
[26] Flood | Impact
[27] Ibid.
¡Pillada! - El plan es que Valencia no sobre viva y vender el negocio del cambio climático | Sasel
A los “científicos del clima” emocionalmente inestables no les gusta que los critiquen, corren hacia su padre (Nature)
Fuente: https://wattsupwiththat.com/2024/10/27/emotionally-unstable-climate-scientists-dont-like-being-criticized-run-to-daddy-nature/
Traducción y corrección de la traducción: Skiper
El artículo de The Guardian titulado “También tenemos emociones”: Los científicos del clima responden a los ataques a la objetividad es un notable ejercicio de autocompasión, en el que los científicos del clima se desahogan sobre las críticas supuestamente injustas que enfrentan. Se trata de una reacción a la reacción recibida tras la publicación de una encuesta idiota por parte de The Guardian en mayo pasado.
Estos autoproclamados salvadores del clima insisten en que sus proyecciones deben aceptarse sin cuestionamientos y, cuando no es así, se quejan de lo duro e injusto que ha sido el mundo con ellos. No se trata de un ataque a la ciencia, sino de egos frágiles que protestan cuando el resto de nosotros nos negamos a aceptar su narrativa apocalíptica.
Los investigadores dijeron que habían sido objeto de burlas por parte de algunos científicos después de participar en una gran encuesta de expertos del Guardian en mayo, durante la cual ellos y muchos otros expresaron sus sentimientos de miedo extremo sobre los futuros aumentos de temperatura y el fracaso del mundo a la hora de tomar medidas suficientes. Dijeron que les habían dicho que no estaban cualificados para participar en este amplio debate sobre la crisis climática, que estaban difundiendo un mensaje catastrófico y que no eran imparciales.
Sin embargo, los investigadores afirmaron que aceptar sus emociones era necesario para hacer buena ciencia y era un estímulo para trabajar en mejores formas de abordar la crisis climática y el daño cada vez mayor que se está haciendo al mundo. También dijeron que quienes desestimaban sus temores como agoreros y alarmistas hablaban con frecuencia desde una posición privilegiada en los países occidentales, con poca experiencia directa de los efectos de la crisis climática.
La verdadera “crisis”: los sentimientos heridos
El artículo de The Guardian está lleno de quejas de los científicos del clima por las críticas que reciben, una situación que aparentemente les causa gran angustia. Se quejan del escepticismo público como si fuera una especie de ataque a su bienestar personal. En una sección particularmente melodramática, un científico se queja de que lo llamen “mentiroso” en las redes sociales.
Bueno, bienvenidos al mundo del debate público, donde la gente escudriña, cuestiona y sí, a veces rechaza con rudeza las afirmaciones que parecen dudosas. Pero The Guardian parece decidido a presentar a estos profesionales no como investigadores robustos capaces de manejar las críticas, sino como flores delicadas que se marchitan bajo el duro resplandor de la duda pública.
En lugar de abordar críticas sustanciales (como los modelos climáticos fallidos, las predicciones inconsistentes o el hecho de que las políticas climáticas a menudo hacen más daño que bien), estos científicos recurren a apelaciones emocionales. Argumentan que las duras palabras del público son una amenaza tan grande como el propio cambio climático. Incluso sugieren que la “ansiedad climática” se ve exacerbada por el “abuso en línea” de los escépticos. Entonces, aclaremos esto: los modelos pueden manejar los cálculos complejos de las tendencias del calentamiento global, pero los científicos no pueden manejar los tuits malintencionados.
La “toxicidad” del escepticismo
Un tema que domina el artículo de The Guardian es la caracterización que hacen los científicos del escrutinio público como “tóxico”. Es una estrategia retórica inteligente, diseñada para hacer que las críticas parezcan no sólo equivocadas sino moralmente incorrectas. Al enmarcar a los disidentes como agresores que “dañan” a los científicos, el artículo intenta dar vuelta la situación: de repente, ya no se trata de si los modelos climáticos resisten el escrutinio, sino de si los críticos están hiriendo los sentimientos de los científicos.
En todo caso, esta retórica expone la poca confianza de los científicos en sus propias predicciones. Las personas que confían en sus datos no se derrumban cuando se les cuestiona. Se involucran, aclaran y persuaden. Pero aquí, en lugar de presentar evidencias contundentes para silenciar a sus críticos, los científicos del clima quieren compasión. Es un enfoque profundamente poco serio para un campo que supuestamente determina el destino de nuestro planeta.
La crítica de Ben Pile en el Daily Skeptic dio en el clavo cuando observó que la tendencia actual entre los científicos del clima es tildar a los escépticos no sólo de equivocados, sino de peligrosos. Al desviar la atención hacia la supuesta “toxicidad” de la crítica, los científicos evaden los problemas reales, como por qué sus modelos a menudo se alejan de la realidad o por qué las predicciones de catástrofes inminentes se siguen retrasando como un mal horario de trenes.
Creo que esa es la implicación de la serie de artículos de Carrington en The Guardian y de su encuesta. Muestra que, no obstante, a las personas sin conocimientos científicos de los que hablar se las presenta rutinariamente como "científicos" y expertos. Muestra que incluso quienes tienen conocimientos científicos se apartan feliz y radicalmente tanto de la posición de consenso como de los datos objetivos sobre los fenómenos meteorológicos y sus impactos sociales.
Y muestra que no tienen reparos en utilizar su propia angustia emocional como palanca para coaccionar a los demás. Carrington cree que mostrarnos los problemas emocionales de los científicos nos convencerá de compartir su ansiedad. Pero lo único que demuestra es que sería profundamente estúpido someterse a la autoridad de la ciencia climática. Es un caos inestable. La ciencia debe ser fría, tranquila, racional, distante y desinteresada, o no es más que una tontería.
El victimismo como escudo
Todo un berrinche (véase asesinato de cuervos, manada de ballenas) de llorones climáticos se escabulleron a su refugio ideológico, Nature Climate Change, para pedir ayuda. Verán, cuando el escepticismo público se volvió demasiado para sus frágiles nervios, este berrinche se dirigió directamente a “papá”, con la esperanza de una palmadita en la espalda y una botella caliente de validación.
¿Y qué mejor lugar que Nature, una publicación que se desvivirá por apuntalar sus narrativas emocionales?. Estos científicos claramente necesitaban un espacio seguro donde sus sentimientos pudieran ser acariciados, en lugar de cuestionados. Olvídense de la defensa rigurosa de sus modelos y teorías: no, no, esta vez se trataba de defender sus delicadas psiques de los grandes y malos escépticos de Twitter.
El artículo de Nature no es sólo una petición de compasión pública, sino una rabieta total disfrazada de comentario académico. Los autores no están interesados en la ciencia dura ni en el debate: quieren terapia. Con cara seria, argumentan que la crítica pública es similar al abuso, reduciendo el discurso científico a una cuestión de resiliencia emocional. Así que, en lugar de refinar sus modelos, esta rabieta de quejumbrosos quiere que el resto de nosotros aceptemos que los sentimientos heridos son una base legítima para la política climática.
El artículo de Nature redobla la apuesta por esta narrativa victimista, describiendo a los científicos como agobiados no sólo por la amenaza existencial del cambio climático, sino también por la hostilidad del público. Los autores se empeñan en equiparar la investigación climática con los reportajes de guerra en primera línea, como si publicar proyecciones nefastas sobre X fuera lo mismo que esquivar balas. Se trata de un intento transparente de invocar simpatía y eludir las críticas. Si los científicos pueden presentarse como víctimas de un público cruel, entonces sus argumentos se vuelven intocables.
El artículo del Guardian amplifica aún más este tema, retratando a los científicos como mártires incomprendidos que soportan el peso emocional de prever un futuro sombrío. Es como si ser escéptico ante proyecciones poco fundamentadas le convirtiera a uno en un torturador de nobles buscadores de la verdad. La narrativa es clara: “No nos cuestionen, o serán parte del problema”. Pero cuando el discurso científico se convierte en una postura moral, pierde su credibilidad y comienza a parecerse a una campaña política, impulsada por la manipulación emocional en lugar de la evidencia.
Lágrimas en las redes sociales
Por supuesto, ningún artículo sobre el sufrimiento de los científicos estaría completo sin una buena dosis de victimismo en las redes sociales. El artículo de The Guardian presenta quejas sobre el “abuso” en línea, ya que los científicos relatan experiencias desgarradoras de ser criticados en plataformas sociales como X. Según estos investigadores supuestamente duros, el mundo en línea es un lugar mezquino donde la gente dice cosas desagradables sobre sus predicciones.
Esto es casi cómico. Después de todo, las redes sociales son un campo de batalla de ideas, no un espacio seguro para expertos mimados. Si los científicos no pueden manejar las críticas en X, ¿Cómo pueden esperar soportar el escrutinio de la revisión por pares o el debate público?. Ben Pile señala acertadamente que las quejas de los científicos del clima sobre el “abuso” de las redes sociales a menudo sirven como excusa para acallar por completo el disenso. En lugar de abordar las críticas, estos científicos prefieren hacerse las víctimas, utilizando sus heridas emocionales como escudo contra las preguntas legítimas.
La “ciencia” como cruzada moral
El tono melodramático del artículo del Guardian se corresponde con su lenguaje moralista. Intenta convertir la ciencia en una cruzada, presentando a los científicos del clima como guerreros justos que luchan contra las fuerzas de la ignorancia y la negación. Este planteamiento no sólo es condescendiente, sino manipulador. Al presentar a los científicos del clima como cruzados virtuosos, el artículo da a entender que sus oponentes no sólo están equivocados, sino que son inmorales.
Los científicos incluso logran que sus emociones parezcan una insignia de honor, argumentando que su desesperación por el cambio climático legitima de algún modo su trabajo. Pero en realidad, los arrebatos emocionales y la grandilocuencia moral son signos de debilidad, no de fortaleza. Se supone que los científicos deben ser objetivos y desapasionados, rasgos que hacen que sus conclusiones sean fiables y no estén sujetas a sesgos personales o manipulación emocional.
La ironía es palpable: los mismos científicos que afirman guiarse por la evidencia recurren a apelaciones emocionales cuando la evidencia no convence. Es una estrategia diseñada para sofocar el debate en lugar de fomentarlo. Al convertir la crítica en una forma de agresión, estos científicos están diciendo en realidad: “Si no estás de acuerdo con nosotros, contribuirás a nuestro sufrimiento emocional”. Esto no es ciencia, es chantaje emocional.
El escrutinio público es algo bueno
Contrariamente a las quejas de The Guardian, el escrutinio público no es un ataque a la ciencia, sino una parte vital de ella. El método científico prospera gracias al escepticismo, la crítica y la revisión. Cuando los modelos climáticos no logran predecir la realidad con precisión, la respuesta adecuada no es mimar los sentimientos de los científicos, sino exigir modelos mejores. Si los científicos que aparecen en The Guardian no pueden manejar eso, están en el campo equivocado.
Esta reacción susceptible a las críticas es particularmente preocupante si se tienen en cuenta los cambios radicales de políticas que se basan en proyecciones climáticas. La prisa por alcanzar el cero neto, por ejemplo, tiene profundas implicancias para los costos de la energía, el empleo y la desigualdad global. El escepticismo público no sólo está justificado, sino que es esencial. Si los científicos del clima esperan que se los tome en serio, deberían aceptar las preguntas difíciles, no rehuirlas.
Conclusión: animarse o retirarse
El artículo de The Guardian ofrece una ventana al estado actual de la ciencia climática, un campo cada vez más dominado por la manipulación emocional en lugar del rigor empírico. Las quejas de los científicos por las críticas revelan más sobre sus propias inseguridades que sobre la validez de sus afirmaciones. Si estos investigadores quieren ser vistos como creíbles, necesitan endurecerse. La ciencia real no se esconde detrás de las emociones; enfrenta el escrutinio de frente y acepta los desafíos como un medio para mejorar sus hallazgos.
Así pues, a los científicos del clima que se quejan de los “abusos” en X: endurezcan su actitud. Si no pueden defender sus modelos y predicciones frente a las críticas públicas, tal vez no tengan tanta confianza en sus conclusiones como dicen tener. Y a The Guardian, que parece decidido a proteger a estos delicados “guerreros” de las críticas: dejen de intentar convertir el escepticismo en un pecado. El futuro del planeta merece algo mejor que un grupo de científicos quejumbrosos que buscan compasión en lugar de soluciones.