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La enfermedad de la rebeldía: solicitan dar fármacos a los niños y adolescentes no sumisos

Publicado en por Skiper

Fuente: http://buenasiembra.com.ar/

Autor: Miguel Jara

Algunos laboratorios farmacéuticos llevan años haciendo pasar por enfermos a los que hay que medicar a niños y adolescentes con problemas de movilidad o comportamientos no sumisos. Pues bien, ahora se han inventado que los que son demasiado “rebeldes” es porque están “enfermos”. Se trata de otro de esos infames pero lucrativos negocios de venta de fármacos que además sirve como estrategia de control social en tiempos de crisis. Es más, un trabajo reciente califica también de “rebeldes” a los médicos “profundamente insatisfechos” con la industria farmacéutica. Y no es todo: si alguien se rebela y decide no cumplir el tratamiento farmacológico que le sugiera su médico se le calificará de “enfermo” que padece incumplimiento terapéutico. Esperpéntico.

 

El negocio del miedo ha empezado a ser tan suculento que los fabricantes de fármacos ya no piensan tanto en buscar remedios para las enfermedades incurables que hoy llevan al sufrimiento y/o la muerte a millones de personas como en crear vacunas que supuestamente las prevengan -porque eso tiene enganche y con una buena campaña es difícil demostrar su ineficacia-. Por ello han comenzado a inventarse enfermedades para fármacos que ya tienen pensados presentar como idóneos para ellas y a intentar incrementar el número de enfermos en patologías para las que ya comercializan fármacos “mejorando” los métodos de diagnóstico (es decir, para buscar “enfermos que lo están aunque ellos no lo sepan” y así convencerles de que ingieran sus productos).

 

El objetivo, en suma, es que todo el mundo esté medicado, que tome fármacos, sea para lo que sea. Y claro, han desarrollado tanto la imaginación que algunas de las patologías ya inventadas –que aseguro al lector que médicamente “existen” porque constan en los libros que catalogan las llamadas enfermedades- son de lo más jocosas. Solo que en realidad no tienen ninguna gracia porque el resultado de tan deleznable negocio es que millones de personas están siendo medicadas para enfermedades que no existen con productos que pueden dañar su salud; de manera irreversible en muchos casos.

Bueno, pues aunque parezca una broma una de tales peligrosísimas “enfermedades nuevas” es ¡la rebeldía! Sí, no nos hemos equivocado al escribir la palabra: la rebeldía es también ya una “enfermedad”. Muy oportuna por cierto en estos tiempos de crisis económica -por un lado- y de descrédito de los laboratorios -por otro-. Y es que las crisis incitan a la población a rebelarse y no está de más tratar como enfermos a los que no van por la vida de borregos y drogarlos para que se tranquilicen. Resta añadir que la nueva enfermedad que define a quienes se rebelan ante lo que consideran injusto ha sido bautizada como Trastorno Negativista Desafiante o Trastorno Oposicionista Desafiante (TOD). E insistimos: no estamos gastando al lector una broma.

 

 

De hecho ese presunto “trastorno” se incluyó por primera vez en el DSM III-R (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders  o Manual  diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) que elabora y publica la Asociación Estadounidense de Psiquiatras. Lamentable porque ese libro se considera la biblia de la Psiquiatría y es el que buena parte de los especialistas exhiben en la mesa de sus consultas. Estos síntomas y características se publicaron hace ya tiempo porque aparecen en la tercera versión del DSM, está ya en la calle la cuarta y se halla en preparación la quinta.

 

 

¿Y en qué consiste exactamente esa “nueva enfermedad”?

La farmacéutica Janssen-Cilag dice que “consiste en un patrón de conductas negativistas,  hostiles y desafiantes presentes de forma persistente durante al menos 6 meses. Dichas conductas incluyen discusiones con adultos (el fármaco está especialmente pensado para niños), rabietas y enfados, negativa a cumplir las normas establecidas o las órdenes de los adultos, mentiras, culpar a otros de malas conductas propias y resentimiento”.

 

Lo singular es que esta farmacéutica asocia luego el Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) con esa patología y de ahí que en la web que creó expresamente para promocionar el fármaco Concerta que se receta a los niños “hiperactivos” pueda leerse: “¿Son todos los hiperactivos rebeldes, oposicionistas y desafiantes? Aunque estas conductas son muy frecuentes en el niño hiperactivo (son desobedientes, contestan a los adultos, parecen no escuchar cuando se les manda hacer algo, discuten o interrumpen con frecuencia) no siempre están presentes y de hecho son síntomas accesorios del trastorno –secundarios- y no son necesarios ni suficientes para el diagnóstico. Un niño sin TDAH también puede presentar este tipo de conductas (aunque con mucha menos frecuencia)”.

 

 

En suma, para este laboratorio la rebeldía de un niño es el síntoma más probable de que éste sea ¡hiperactivo!
Así que a ver: ¡que levante la mano el que no ha sido rebelde en su infancia! Pues sepa que si hubiera nacido en la última década aquel comportamiento sería hoy catalogado de “patológico”. Y eso sí que denota un “enfermizo paroxismo” de ese laboratorio ¿O es que hay alguien que en su infancia y adolescencia no haya discutido nunca con adultos y tenido enfados o rabietas? ¿Hay alguien que en esa etapa haya cumplido siempre las normas establecidas y las órdenes de sus “superiores” los adultos? Lo dudamos.

 

El escritor Juan Gelman describió la situación en su artículo La doma de los jóvenes bravíos, un texto en el que afirmaba: “Hay una verdadera parafernalia para lograrlo en Estados Unidos y el remedio es sencillo:  consiste en criminalizar y aún más, en patologizar a los jóvenes norteamericanos rebeldes, disconformes con el autoritarismo y que lo retan. Se les considera trastornados mentales y carne de tranquilizantes, anfetaminas y otras sustancias psicotrópicas. La Asociación Estadounidense de Psiquiatría bautizó la presunta patología en 1980: porta el nombre de Desorden de Oposición Desafiante (ODD, por sus siglas en inglés) y no se aplica a los delincuentes juveniles. Más bien a quienes no incurren en actividades ilegales pero muestran un comportamiento negativo, hostil y desafiante”.

 

 

Se explica así que la cuarta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales agrupe bajo el epígrafe

Trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la adolescencia multitud de supuestas patologías que no lo son sólo porque hoy cualquier comportamiento no sumiso es susceptible de ser diagnosticado como enfermedad mental. Nada escapa a los ojos de quienes tienen potestad para extender una receta. De hecho ya se nos ha adelantado que en la próxima edición del DSM habrá “nuevas enfermedades” registradas. Claro que la biblia de los psiquiatras considera ya hoy que un rendimiento académico sustancialmente por debajo de lo esperado -valorando la edad, inteligencia y educación del niño o adolescente- puede deberse a alguna “patología”. Que han bautizado como “trastornos de aprendizaje”.

 

En suma, ya hay patologías –es decir, “enfermedades”- como el Trastorno de la lectura, el Trastorno del cálculo, el Trastorno de la expresión escrita o el Trastorno del aprendizaje no especificado.

Es más, cualquier problema de movilidad física ha pasado a ser considerado por los psiquiatras una “patología” genéricamente bautizada como Trastorno del desarrollo de la coordinación. Y así, cuando el niño o adolescente tiene problemas en el habla o el lenguaje dicen que sufre un Trastorno del lenguaje expresivo o un Trastorno mixto del lenguaje receptivo-expresivo, si tartamudea  un Trastorno fonológico y cuando no está claro un Trastorno de la comunicación no especificado. Obsérvese que sin embargo los enunciados combinan la superespecilización de esas supuestas patologías con una difusa concepción de las mismas. ¡Curiosa paradoja!

 

 

El DSM también habla de Trastornos generalizados del desarrollo, nombre con el que ha bautizado los “déficits graves y alteraciones” en áreas del desarrollo como ¡la interacción social y la comunicación! o la existencia de comportamientos, intereses o aptitudes estereotipadas. Y entre tales “patologías” incluyen el llamado Trastorno autista y el Trastorno desintegrativo infantil.

Lo singular es que muchas de esas “clasificaciones” son tan similares que es difícil entender por qué el empeño en diferenciarlas hasta tales extremos... salvo porque eso permite promocionar un fármaco para cada supuesta patología. Sobre la última mencionada, el Trastorno desintegrativo infantil, Wikipedia dice de hecho: “Es algo similar al  autismo pero se suele observar un periodo aparente de desarrollo bastante normal antes de aparecer una regresión (o serie de regresiones) en las habilidades”.

 

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